Diez minutos de soledad.

El viento que corre en la isla solitaria aún no es frío...helado como el hielo.

El viento que corre por esta ciudad repleta de sueños y dramas aún golpea suavemente el rostro de quienes anhelan sentirlo o de los que solo se sientan a guardar descanso.

El viento que corre por esta ciudad me acaricia con sus acordes...es agradable.

La luz que ilumina esta hoja es tenue, pero tétrica a la vez. 
Blanca como un mantel de bodas, pero a la vez triste, triste en su totalidad.

El amor y las caricias corretean por esta ciudad reposada, ciudad que se ha asentado en un solo lugar, la cual ha dejado que sus fenómenos diarios tomen sus rumbos por sí solos.

El color de esta ciudad aún está vivo, el blanco prevalece, el negro la hace intensa. Los demás colores se mueven sin sentido. Me despiertan.

El viento que corre por este país, ahora es más querido...un poco más fuerte.
Esta corriente no tiene más que olor a pasto fresco. 

Mis cabellos se mueven, mi piel se estremece, se escucha una melodía a lo lejos..
...me siento bien, extrañamente bien. Lo disfruto.

A lo lejos se observa, una pequeña isla, solitaria, pero muy querida. Los habitantes de este país la observan, la observan detenidamente, le sonríen. Mientras tanto, la ciudad tiene las puertas abiertas para recibir cualquier sueño roto y mantenerlo hasta la próxima puesta del sol.




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